Los Conquistadores.

 

Los hombres mexicanos promedio tienen maneras muy curiosas de hacer eso que regionalmente llamamos ligar. O lo que es lo mismo, hacer un llamado de apareamiento.

Cada vez que, en la calle, ven pasar a una hembra con la cual les gustaría tener algún tipo de contacto sensual, utilizan siempre la misma estrategia. Años y años de evolución física e intelectual los han llevado a esta increíblemente sencilla conclusión. ¿Están listos?

La estrategia del Conquistador es: hacerle saber a la hembra que El Conquistador aprueba su físico (o su manera de caminar o su vestimenta).

Para hacerlo hay distintos métodos. El primero, si es que se posee un vehículo (automóvil, bicicleta del pan, camión, etc.) es tocar profusamente el cláxon cuando se transita justo al lado de la peatona hembra.

En caso de encontrarse caminando, el método más aconsejado es seguir adelante con cara de desentendido, hasta cruzar caminos con la hembra, momento que deberá aprovecharse para acercar la boca a su oído y con ese cálido, húmedo y sensual aliento susurrarle bellos halagos, tales como estás bien buena o un más tímido preciooosa, o bien, un sugerente ssssssssssssss.

El tercer método es uno de los preferidos, y consiste en hacer un llamado coral, junto con varios amigos, para que la hembra se sienta aún más halagada. Puede suceder de dos maneras: la primera es que todos interrumpan bruscamente la conversación cuando la hembra pase, para dejar espacio a un pesado silencio de apreciación (durante el cual todos la seguirán con la vista) y a un silbido muy tenue que emitirá uno de los Conquistadores. La segunda forma de llamado grupal consiste en alabarla directamente con una mezcla de ayayayayays y mira nomáses y demás frases lanzadas colectivamente.

La reacción típica de la hembra, en cualquiera de estos casos (y siempre y cuando sean llevados a cabo de la manera correcta), es enloquecer de deseo por el Conquistador. La hembra no podrá pensar claramente y tendrá el espontáneo impulso de lanzarse contra el/los productor/es de tan sensuales frases (u onomatopeyas) y entregarse carnalmente a ellos.

Las mujeres que transitamos en la Ciudad de México procuramos hacer todo lo que sea necesario para atraer estos llamados: usar ropa provocativa, caminar solas en la calle, lamernos continuamente los labios y caminar moviendo exageradamente las caderas. Somos adictas a este tipo de halagos y nunca nos bastan; queremos siempre más y más.

Desde que llegué a México me he unido a todas aquellas mujeres que preferimos meternos al metro a las horas pico y escogemos los vagones donde haya más hombres, aquellas que caminamos repetidamente frente a las construcciones y esperamos con ansias que pase un camión de redilas para enseñarle nuestro mejor ángulo posterior.

Caballeros, no se detengan. Por favor no se detengan. Sigan halagándonos con sus maravillosas y precisas estrategias de conquista, porque al parecer funcionan. ¿O no?